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BOLETÍN ENERO - FEBRERO - MARZO 2013
TITULARES
- BENEDICTO XVI RENUNCIA AL PONTIFICADO VER +
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ENCUENTRO DEL PAPA FRANCISCO VER +
- NOVEDAD EDITORIAL. The Catholic Church 50 years after Vatican II VER +
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BENEDICTO XVI RENUNCIA AL PONTIFICADO
Benedicto XVI ha anunciado oficialmente que renuncia al Pontificado por su "edad avanzada". A continuación, exponemos el texto íntegro de su despedida
Queridísimos hermanos,
Os he convocado a este Consistorio, no sólo para las tres causas de canonización, sino también para comunicaros una decisión de gran importancia para la vida de la Iglesia.
Después de haber examinado ante Dios reiteradamente mi conciencia, he llegado a la certeza de que, por la edad avanzada, ya no tengo fuerzas para ejercer adecuadamente el ministerio petrino. Soy muy consciente de que este ministerio, por su naturaleza espiritual, debe ser llevado a cabo no únicamente con obras y palabras, sino también y en no menor grado sufriendo y rezando.
Sin embargo, en el mundo de hoy, sujeto a rápidas transformaciones y sacudido por cuestiones de gran relieve para la vida de la fe, para gobernar la barca de San Pedro y anunciar el Evangelio, es necesario también el vigor tanto del cuerpo como del espíritu, vigor que, en los últimos meses, ha disminuido en mí de tal forma que he de reconocer mi incapacidad para ejercer bien el ministerio que me fue encomendado.
Por esto, siendo muy consciente de la seriedad de este acto, con plena libertad, declaro que renuncio al ministerio de Obispo de Roma, Sucesor de San Pedro, que me fue confiado por medio de los Cardenales el 19 de abril de 2005, de forma que, desde el 28 de febrero de 2013, a las 20.00 horas, la sede de Roma, la sede de San Pedro, quedará vacante y deberá ser convocado, por medio de quien tiene competencias, el cónclave para la elección del nuevo Sumo Pontífice.
Queridísimos hermanos, os doy las gracias de corazón por todo el amor y el trabajo con que habéis llevado junto a mí el peso de mi ministerio, y pido perdón por todos mis defectos.
Ahora, confiamos la Iglesia al cuidado de su Sumo Pastor, Nuestro Señor Jesucristo, y suplicamos a María, su Santa Madre, que asista con su materna bondad a los Padres Cardenales al elegir el nuevo Sumo Pontífice. Por lo que a mi respecta, también en el futuro, quisiera servir de todo corazón a la Santa Iglesia de Dios con una vida dedicada a la plegaria.
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ABORTO DE DERECHAS
por Juan Manuel de Prada
Año y medio después de que accediera al poder, la legislación sobre el aborto sigue siendo la que Zapatero dejó.
Decía Balmes que los partidos «de instinto moderado y sistema conservador» se convertían a la postre en conservadores «de los intereses creados de una revolución consumada y reconocida»; y que, a la postre, resultaban más útiles a la Revolución que los propios partidos revolucionarios. Así ocurre en la cuestión del aborto, donde vemos cómo el partido conservador se convierte, mientras gobierna, en conservador de los «avances» del partido socialista, para que luego el partido socialista pueda seguir «avanzando» tan ricamente, en la seguridad de que el partido conservador conservará las cosas en el exacto punto en el que él las dejó. Ocurrió durante los dos mandatos de Aznar, on los que se «conservó» fielmente la legislación despenalizadora del aborto impulsada por González, para que luego Zapatero pudiera seguir «avanzando»; y vuelve a ocurrir ahora, pese a todos los jeribeques y pamemas queel nuevo gobierno conservador ha probado ante la galería. Año y medio después de que accediera al poder con mayoría absoluta, la legislación sobre el aborto sigue siendo la que Zapatero dejó.
De este modo, tal como señalaba Balmes, los partidos conservadores vuelven a mostrarse a la Revolución más útiles que los propios partidos revolucionarios. Las legislaciones abortistas siempre las impulsa el partido socialista: pero, ¿quién ha permitido que la mentalidad abortista arraigue y se consolide cada vez más entre la sociedad española? Sin duda, el partido conservador, dejando que tales legislaciones se asienten. Y aun me atrevería a señalar un aspecto más trágico: mientras gobiernan los socialistas, sus legislaciones abortistas se tropiezan con una resistencia contumaz por parte de sectores de la sociedad española que son naturalmente antiabortistas; pero que, cuando gobiernan los conservadores, se relajan en su celo y abandonan las posiciones de resistencia que habían mantenido antes. De esta actitud dimisionaria ha tomado buena nota el partido conservador, que así puede actuar de modo perfectamente hipócrita: combatiendo, mientras se halla en la oposición, leyes que ni siquiera se planteó derogar mientas gobernó, a sabiendas de que cuando vuelva a gobernar tampoco las derogará; pero sirviéndose, entretanto, de la gente bienintenciondad que piensa -o quiere pensar: wishfulthinking- que las derogará.
La ofuscación ideológica interviene luego; y el defensor de la vida puede, incluso, llegar a la conclusión racionalmente absurda de que, en la cuestión del aborto, el partido conservador representa «el mal menor»; y que, por lo tanto, entre el «aborto de izquierdas» y el «aborto de derechas» debe optarse por el segundo Pero el principio de que es lícito elegir un mal menor vale en determinados casos: no así en caso de error moral, donde no es posible elegir el «menor error». El error mezclado con medias verdades, o con morigeraciones hipócritas, es infinitamente más perverso que el error craso, pues el segundo provoca en la conciencia un repudio inmediato, mientras que el primero la ayuda a «contemporizan». Dos y dos son cuatro, no cinco ni veintisiete; si quien sabe que son cuatro se pone de parte de quienes afirman que son cinco, por no dar la razón a quienes afirman que son veintisiete, hace mucho más daño, pues el «error menor» puede llegar a ser asimilado mucho más fácilmente por las conciencias que el error craso: y la aceptación del «error menor» es condición indispensable para que, a la larga, el error craso se imponga y triunfe. Por eso el «aborto de derechas» es más útil al abortismo que el propio «aborto de izquierdas». La caracterización balmesiana vuelve a demostrarse infalible.
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ENCUENTRO DEL PAPA FRANCISCO CON LOS REPRESENTANTES DE LAS IGLESIAS Y COMUNIDADES ECLESIALES Y DE LAS DIVERSAS RELIGIONES
(20 Marzo 2013)
Queridos hermanos y hermanas:
Ante todo, agradezco de corazón lo que me ha dicho mi Hermano Andrés [n. de la r. El Patriarca Ecuménico Bartolomeo I], Gracias. Muchas gracias.
Me causa una especial alegría encontrarme hoy con vosotros, Delegados de las Iglesias ortodoxas, las Iglesias ortodoxas orientales y las Comunidades eclesiales de Occidente. Agradezco que hayáis querido participar en la celebración que ha marcado el comienzo de mi ministerio como Obispo de Roma y Sucesor de Pedro.
Ayer por la mañana, durante la misa, he reconocido espiritualmente presentes a través de vosotros a las comunidades que representáis. En esta manifestación de fe me ha parecido vivir de manera aún más apremiante la oración por la unidad de todos los creyentes en Cristo, y ver en ella prefigurada de algún modo esa plena realización, que depende del designio de Dios y de nuestra cooperación leal.
Comienzo mi ministerio apostólico durante este año que mi venerado predecesor, Benedicto XVI, con intuición verdaderamente inspirada, ha proclamado para la Iglesia católica Año de la Fe. Con esta iniciativa, que deseo continuar, y que espero que impulse el camino de fe de todos, quería conmemorar el 50 aniversario del inicio del Concilio Vaticano II, proponiendo una especie de peregrinación a lo que es esencial para todo cristiano: la relación personal y transformadora con Jesucristo, Hijo de Dios, muerto y resucitado por nuestra salvación. En el corazón del mensaje conciliar reside precisamente el deseo de proclamar este tesoro perennemente válido de la fe a los hombres de nuestro tiempo.
Junto con vosotros, no puedo olvidar lo que aquel Concilio ha significado para el camino ecuménico. Deseo recordar las palabras que el Beato Juan XXIII, del que en breve recordaremos el 50 aniversario de su muerte, pronunció en el memorable discurso de inauguración: «La Iglesia católica considera deber suyo el esforzarse diligentemente en realizar el gran misterio de la unidad por la que Jesucristo, poco antes de su sacrificio, oró ardientemente al Padre celestial. Ella goza de esta apacible paz, porque se siente íntimamente unida a esta oración de Cristo» (AAS 54 [1962], 793). Así, el Papa Juan.
Sí, queridos hermanos y hermanas en Cristo, sintámonos todos íntimamente unidos a la oración de nuestro Salvador en la Última Cena, a su invocación: Ut unum sint. Pidamos al Padre misericordioso que vivamos plenamente esa fe que hemos recibido como un don el día de nuestro bautismo, y que demos de ella un testimonio libre, alegre y valiente. Este será nuestro mejor servicio a la causa de la unidad entre los cristianos, un servicio de esperanza para un mundo todavía marcado por divisiones, contrastes y rivalidades. Cuanto más fieles seamos a su voluntad en pensamientos, palabras y obras, más caminaremos real y substancialmente hacia la unidad.
Por mi parte, deseo asegurar, siguiendo la línea de mis predecesores, la firme voluntad de proseguir el camino del diálogo ecuménico y, ya desde ahora, agradezco al Consejo Pontificio para la Promoción de la Unidad de los Cristianos la ayuda que continuará ofreciendo en mi nombre para esta nobilísima causa. Os pido, queridos hermanos y hermanas, que llevéis mi cordial saludo, junto con la seguridad de mi recuerdo ante el Señor, a las Iglesias y Comunidades cristianas que representáis, y os pido a vosotros la caridad de una plegaria especial por mi persona, para que sea un pastor según el corazón de Cristo.
Y ahora me dirijo a vosotros, distinguidos representantes del pueblo judío, al que nos une un vínculo espiritual muy especial, pues, como dice el Concilio Vaticano II, «la Iglesia de Cristo reconoce que, conforme al misterio salvífico de Dios, los comienzos de su fe y de su elección se encuentran ya en los Patriarcas, en Moisés y en los profetas» (Declaración Nostra Aetate, 4). Agradezco vuestra presencia y confío en que, con la ayuda del Altísimo, podamos proseguir con provecho ese diálogo fraterno que deseaba el Concilio (cf. ibíd.), y que efectivamente se ha llevado a cabo, dando no pocos frutos, especialmente a lo largo de las últimas décadas.
También saludo y agradezco cordialmente a todos vosotros, queridos amigos pertenecientes a otras tradiciones religiosas; en primer lugar a los musulmanes, que adoran al Dios único, viviente y misericordioso, y lo invocan en la plegaria, y a todos vosotros. Aprecio mucho vuestra presencia: en ella veo un signo tangible de la voluntad de incrementar el respeto mutuo y la cooperación para el bien común de la humanidad.
La Iglesia católica es consciente de la importancia que tiene la promoción de la amistad y el respeto entre hombres y mujeres de diferentes tradiciones religiosas -esto, lo quiero repetir: promoción de la amistad y del respeto entre hombres y mujeres de diversas tradiciones religiosas-, lo atestigua también el trabajo valioso que desarrolla el Consejo Pontificio para el Diálogo Interreligioso. También es consciente de la responsabilidad que todos tenemos respecto a este mundo nuestro, respecto a toda la creación, a la que debemos amar y custodiar.
Y podemos hacer mucho por el bien de quien es más pobre, débil o sufre, para fomentar la justicia, promover la reconciliación y construir la paz. Pero, sobre todo, debemos mantener viva en el mundo la sed de lo absoluto, sin permitir que prevalezca una visión de la persona humana unidimensional, según la cual el hombre se reduce a aquello que produce y a aquello que consume. Ésta es una de las insidias más peligrosas para nuestro tiempo.
Sabemos cuánta violencia ha causado en la historia reciente el intento de eliminar a Dios y lo divino del horizonte de la humanidad, y nos damos cuenta del valor que tiene el dar testimonio en nuestras sociedades de la originaria apertura a la trascendencia, ínsita en el corazón humano. En esto, sentimos cercanos también a todos esos hombres y mujeres que, aun sin reconocerse en ninguna tradición religiosa, se sienten sin embargo en búsqueda de la verdad, la bondad y la belleza, esta verdad, bondad y belleza de Dios, y que son nuestros valiosos aliados en el compromiso de defender la dignidad del hombre, de construir una convivencia pacífica entre los pueblos y de salvaguardar cuidadosamente la creación.
Queridos amigos, gracias de nuevo por vuestra presencia. Un cordial y fraterno saludo a todos.
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NOVEDAD EDITORIAL.
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THE CATHOLIC CHURCH 50 YEARS AFTER VATICAN II
J.A.GONZALO
Anybody old enough to have known first hand the Catholic Church fifty years ago could testify that, in faith and morals, in religious practice (mass attendance, personal devotion, confessions, etc), in sound cathequesis, in respect for priests and nuns, in appreciation for the sacred character of marriage, and so forth, the health of the Church was then much better than it is now.
In the first decade after Vatican II, in spite of a solemn declaration by Pope John XXIII that the Council was intended as a pastoral Council, not intent in changing any Church doctrines (the doctrines vigorously restated by a long series of great Pontifices Pious IX, Leo XIII, St. Pious X, Pious XI, Pious XII), what did take place in the Church was a true revolution. Drastic liturgical changes brought about, in a few years, substantial changes in the “Lex Orandi” which, driven by the pressure of a determined minority lead by vocal theologians (Schillebeeckx, Rahner, Küng, Baum, etc) resulted immediately in general confusion, followed by changes in the “Lex Credendi”, as it might be easily anticipated.
Unexpectedly, for the world at large, in 1978 the Catholic Church was graced with a new, brave and vigorous Pope which managed to halt the undergoing revolution. And also, in part, to reverse the trend brought out by arrogant theologians, complacent Bishops and irresponsible Cardinals.
Cardinal Ratzinger, former theological “peritus” of Cardinal Frings (Archbishop of Cologne, the one who had lead the Rihn European Alliance of Bishops at the Council, and had realized already in the closing session that the spirit of revolt was rampant) became, after 1981, the right hand of John Paul II in the task of controlling the revolution under way. He played a very important role in curving the excesses of “Liberation Theology”, and in coordinating the all important task of writing down a new Catechism of the Catholic Church under the guidance of the Polish Pope.
After 2005, Cardinal Ratzinger succeeded John Paul II as Benedict XVI, and faced during eight years, with great wisdom and sensibility, the many problems confronting the Church, until his voluntary resignation in February 2013.
Franciscus, the new Pope, will not have it easy. The spirit of revolution, a spirit which is diametrically opposed to the Gospel, and to immutable doctrines held all along two thousand years, is still present in the Catholic Church. But this is not new. At the Council of Nicaea (325 A.D.) all bishops present except two signed the Nicean Creed defining the divinity of Jesus Christ and repudiating Arianism. But by 360 A.D., at Constantinople, most bishops, with lamentable irresponsibility, had repudiated it. According to St. Jerome, “The whole world groaned to find itself Arian”. See Philip Hughes, “A History of the Church” (Sheed and Ward: London, 1979), vol. 1, p. 213.
But in that crisis of faith, as in others, the successors of Peter mounted and carried out a throughly successful restorations of Catholic order in God’s time.
In this book:
A personal perspective: 1965-2004
Before the Council
Original sin and its “enemies”
Yesterday’s modernists and today’s progressives The Council
The previous Ecumenical Councils
Vatican Two in Perspective
After the Council
Misguided prophets: Teilhard, Rahner, Küng, Schillebeeckx
From unmitigated disasters to permanent con fusion
The unexpected fall of Soviet Communism
The Catholic Catechism of John Paul II
The Catechism
Sodom and Gomorrah
Science
Human Rights
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